Quien revise y corrija los textos propios con exigencia cabal puede entender la famosa cita de Oscar Wilde: «Hoy he trabajado hasta la extenuación: esta mañana quité una coma y esta tarde la he vuelto a poner».
Revisar un texto propio de cierta extensión suele ser una tarea tan inevitable como agotadora. Conlleva innumerables repasos, consultas y reescrituras. Por otra parte, tras charlar con muchos escritores acerca de este particular calvario, detecto un extraño suplicio que todos parecemos compartir. De la primera caja del libro recién impreso, tómese un ejemplar. Abrámoslo al azar. Invariablemente nos espera allí, burlona y escurridiza, una errata monstruosa, evidente, humillante, triunfal.

Los libros de Pàmies corregidos por Conchi Gábana, o los de Ediciones de La Discreta revisados por Ana Isabel Espejo o por Fernando Arias, entre otros, suelen hallarse libres de mácula o imperfección alguna. ¡Donosa habilidad, sobrenatural, taumatúrgica!
Figura de arriba: galerada o prueba de imprenta del Ulysses con correcciones de James Joyce. Imaginemos la cara del impresor al recibirla, en una época en que las páginas todavía se componían con tipos de letra móviles, a mano.
Por mucho que se revise un texto, al final los errores asoman por aquí y por allá como el moho en un alimento desatendido. Felizmente, muchos de estos deslices se pueden evitar con algunos procedimientos bastante sencillos, que yo he aprendido tras notorios tropezones míos o de otros desventurados.
El primero es casi elemental: jamás optemos por las sustituciones automáticas. Si hallamos una palabra usada en exceso, lo mejor es ir cazándola poco a poco. Podemos buscarla con los recursos informáticos pertinentes (Control+B, por ejemplo, en Word), para emplear sinónimos o cualquier otro remedio contra el abuso léxico. Es mejor ir paso a paso que lamentarlo luego. Y, con mayor razón, jamás hagamos sustituciones automáticas al final de todo el proceso de corrección. Se puede liar bien gorda.
En cualquier caso, cuando sustituyamos palabras, conviene observar el contexto amplio de la palabra que se cambia. Se corre el riesgo de alumbrar cacofonías, repeticiones y otros efectos indeseables.
No confiemos jamás en los correctores digitales. Nunca. No entienden lo que hacen ni saben lo que pone en el texto ni les importa. Pueden multiplicar los problemas en vez de resolverlos y, además, les da lo mismo hacerlo. Huelga recomendar que tampoco se confíe la revisión de forma o estilo a ninguna inteligencia artificial. Aunque parezcan funcionar asombrosamente, las IA cometen errores estruendosos con olímpica desvergüenza.
Ortografía y gramática son saberes necesarios para cualquiera que escriba. Si hay dudas con algún aspecto, conviene consultar en la RAE. Además del diccionario, la Real Academia Española tiene un Twitter también con ese fin. Y si googlear la duda suele bastar para responderla, tampoco es acertado fiarse de cualquier recomendación o muestra. Por ejemplo, una duda razonable que se plantea a menudo aflora en si los títulos, cargos y dignidades como papa, rey, reina, condesa, presidente y otros, se escriben con mayúscula inicial o con minúscula. Para eso podemos consultar el Diccionario Panhispánico de Dudas o DPD (aunque está sin actualizar), y también la Fundéu (FUNDación de Español Urgente). La ortografía en línea de la RAE no ofrece búsquedas sencillas. No es fiable consultar una fuente de origen o prestigio desconocido. Hay quien se inventa normas para justificar sus elecciones personales o se acoge a normas obsoletas.
Un procedimiento habitual para revisar textos consiste en imprimir el texto y corregir sobre papel. Es una provechosa medida, y aún será mejor si la combinamos con una práctica de acreditada utilidad: cuando vayamos a revisar un texto, dejemos pasar siempre un cierto tiempo entre escritura y revisión. Es conveniente hacerlo así porque el cerebro se acostumbra al texto y lo recuerda como unidad. Muchas veces será incapaz de advertir algunos errores agazapados entre los renglones, que más tarde aparecerán sueltos y tan campantes por nuestro texto impreso.
Para evitar tan temible efecto, divulgo un truquillo que hará pensar a quien llegó hasta aquí que hoy debió de rezar alguna buena oración y que no se va de vacío, si no lo conoce; y es truco propio hasta donde yo sé: selecciónese el texto que se quiera revisar y cámbiese el tamaño y el tipo de letra por otros diferentes aunque legibles, por ejemplo, de Calibri de 12 puntos a Times New Roman o a Courier de 14 o Arial de 16. De ese modo, se rompen líneas, se alteran los párrafos, el cerebro se enfrenta a un texto con una forma nueva e inesperada y los errores son más fáciles de advertir. Útil, fácil y eficaz.
Cabe añadir también otro uso corrector, muy provechoso para detectar las odiosas repeticiones inadvertidas o los efectos cacofónicos, y que también ayuda a vigilar el decurso de las oraciones y su adecuada cadencia. No es otro que la lectura en voz alta. Si la combinamos con las triquiñuelas detectoras mostradas con anterioridad, habrá ya pocos errores que se nos resistan.
En cualquier caso, la medida más efectiva siempre consiste en que revise también el texto alguien que sepa hacerlo. Los amigos predispuestos y capaces son maravillosos. Los profesionales expertos escasean y son, además, joyas poco reconocidas en el mundo de la literatura. La figura del corrector o correctora es imprescindible en toda editorial o empresa de difusión de contenidos que se precie, al igual que la revisión cuidadosa es parte fundamental de todo proceso de escritura.
(Si se conoce o se emplea cualquier otro procedimiento de revisión, será muy bien recibido en los comentarios).

Sobre el uso de mayúsculas en sustantivos referidos a cargos institucionales:
Fundéu (FUNDación del Español Urgente) https://www.fundeu.es/noticia/el-rey-o-el-rey-6329/
https://www.fundeu.es/recomendacion/abdicacion-del-rey-y-proclamacion-del-sucesor/
RAE, Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), epígrafes 4.31 y 6.9 https://www.rae.es/dpd/may%C3%BAsculas
(Los sustantivos comunes papa, rey o presidente y similares se escriben con inicial minúscula excepto si son parte de un nombre propio: calle Reina Isabel. Si bien se suele aceptar inicial mayúscula en documentos oficiales, y cuando se refieren al monarca o pontífice vigentes, lo preceptivo con los nombres comunes es el uso de inicial minúscula)
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