Vaya por delante que la culpa no es ni puede ser de don George Miller. Sépase también que esta «precuela» (palabro terrible ; secuela es «consecuencia dañina» y no «continuación») es una película de aventuras vistosa, gozosa, bien llevada y bien bestia; y que recoge perfectamente el espíritu rompedor del Metal Hurlant o Heavy Metal, en España Tótem, todas ellas revistas de cómics deslumbrantes, imaginativas y muy osadas en sus planteamientos y en sus imágenes.


Concederé que el magnetismo de doña Charlize no equivale al de la señora Taylor-Joy (a quien no le falta poderío). Convengo en que Mad Max: Fury Road era una obra maestra impensable, atrevida y colosal. [Además, ¡cómo no iba a simpatizar con una narración construida sobre una persecución desquiciada, cuando yo hice lo mismo con La Mala Zorra, bien que con galeras en el Mediterráneo!].
Un tipo que a los ochenta años se va a desiertos para filmar burradas pudiendo vivir como un Creso de las rentas de sus trabajos anteriores, y encima se juega esa pasta con ello, merece toda mi estima, mi admiración y mi respeto. Don George Miller es tan audaz y singular como sus personajes, que siempre han conformado una galería siniestra y brillante.
Por eso me fastidia y me irrita que Furiosa, la continuación de Fury Road, —un Mad Max sin Mad Max— no haya alcanzado el éxito que se esperaba. Y no lo digo porque me preocupe la situación financiera de don George Miller a su provecta edad, situación que imagino saneada gracias a Babe, el cerdito valiente, y los pingüinitos de Happy Feet. Me fastidia por puro egoísmo, porque ese éxito insuficiente de Furiosa me priva de iniciativas de continuación de magníficas narraciones con o sin Mad Max (a la vez que amenaza con que regresen los más rentables pingüinos).

Las críticas a Furiosa no pueden albergar mayores inconsistencias. La mayor de ellas es la de quienes se quejan de que se ofrece más de lo mismo en una película que no se parece a la anterior, y este es el resumen de gran parte de las críticas negativas que he alcanzado a leer.
Furiosa explora el universo esbozado en Fury Road. La vertebración con la fuga y la persecución se transforma aquí en un aprendizaje brutal, la respuesta macerada a un entorno ultraviolento. La sociedad apocalíptico-macarra se muestra a través de un equilibrio entre horribles distopías interdependientes conectadas por la carretera: la Ciudadela, regida por el ominoso Immortan Joe y sus hijos degenerados, proveedora de agua y vegetales; la Granja de Balas, fábrica del armamento; la Ciudad de la Gasolina, que suministra el combustible necesario a los coches tuneados. El equilibrio e intercambio entre las ciudades estado conforma la vida agónica en el desierto, en el que amenazan también las hordas de bandidos motorizados. Su cultura, atisbada en los detalles —así, las personas-libro (History Man y Miss Giddy), cierta gastronomía caníbal, la aberrante religión de los Media Vida, el culto a la máquina— se toma en serio en el guion, sin necesidades de chistes tontos a lo Marvel o a lo Lucas–Disney. De hecho, ese es para mí el gran atractivo de estas películas: asumen con seriedad el universo brutal que construyen, sin amontonar chistes idiotas extemporáneos sobre la misma narrativa. No tratan de bromear sobre su peripecia, las inverosimilitudes de su entorno o las reacciones de los personajes, vicio endémico y enojoso en los guiones con aventuras Marvel o Lucasfilm o incluso Pixar. El humor en Fury Road y en Furiosa es parte de la acción que fluye y no un pegote externo para disculpar sus extremos al público reticente. Quien esté viéndola es porque tiene que estar ahí. Igualmente, las escenas de acción tienen sentido e impulsan la trama sin quedarse en simples episodios sin consecuencias, de esos que hay que incrustar para que no se nos aburra el público palomitero.

Y los malos… En la primera película, aquel lugarteniente del Cortadedos (Toecutter), el cruel y pelirrubio Bubba Zanetti, reprochaba al cobarde Johnny El Niño: «Te falta estilo, alcornoque».
(Este era el personaje al que luego Max —que era el «bueno»— esposaba a un motor que iba a explotar; y le daba una sierra y un consejo acerca del tiempo en el que explotaría el vehículo, el que se tarda en serrar una cadena y el que se precisa para serrarse la propia mano).
En efecto, se requiere un cierto estilo para graduarse de malvado en un Mad Max. Algunos incluso podían redimirse, como el Maestro golpeador y la Tía Entidad (Master Blaster y Auntie Entity, en Mad Max III), los más blanditos.
En Fury Road y en Furiosa, la ominosa galería de personajes malignos y extravagantes se acrece con gran derroche y lujo de imaginación retorcida. Algunos son de un simbolismo extraordinario, como si Durero, Max Ernst y Moebius se hubieran ido de copas para diseñarlos y además se les hubiera ido la mano con una y otra cosa. Ese People-eater o Come hombres, deforme y medio enmascarado, obeso, con traje de chaqueta y los pezones al aire, que se acaricia con fruición, bien representa la banca o el poder financiero. Immortan Joe es un militar condecorado atrapado en un cuerpo enfermo que no puede engendrar la estirpe que quisiera, y que manda sobre una ciudad de los muchachos a los que embauca con promesas de gloria e inmortalidad. Kalishnikov, el mandamás de la Granja de balas, recuerda a un magistrado inglés, con una peluca hecha de cartucheras y cartuchos. Y Chris Hemsworth compone un interesante Dementus, un líder carismático convencido de su trascendencia, una mezcla entre Moisés y Atila que quisiera parecer Lawrence de Arabia, con unas hebras de comedia en su hechura de líder revolucionario. Su atuendo sugiere un personaje tan megalómano como cualquiera; pero con cierta querencia por la historia con su chaquetilla de húsar, su biga romana con motocicletas y sus alocuciones a sus tropas carroñeras. Como un condottiero renacentista, se rodea de personas cultas y trata de redimir sus excesos con rasgos de pública generosidad. Y un osito prendido a su cintura habla de algún resto de ternura y dolor en la biografía de ese pirata de la carretera. La abundancia de detalles que los enriquece incita a ver las pelis otra vez. El barroco era esto.

Y la misma Furiosa ha de transformarse de víctima inocente en emperatriz y azote del patriarcado apocalíptico. La película acompaña su evolución desde la inocencia hasta la imperturbabilidad. Explica de dónde vienen tanto su dureza como su compasión por las madres forzadas, y el origen de su aprecio relativo de la fidelidad, de su pericia mecánica y de su brazo mutilado y su prótesis (único momento que, a mi juicio, no cuaja del todo).
Esta humanidad de los personajes malignos, todos con luces y sombras y su propia escala de valores morales, los aleja de los malos convencionales y los hace interesantes. Justifican sus acciones más abyectas como obligaciones del cargo o las circunstancias, lo mismo que todo canalla ha hecho y hace en la historia de la humanidad. Y son, a mi juicio, el detalle que hace verosímil el cúmulo de divertidas incongruencias que se asumen con naturalidad.




Porque ¿cómo explicar el desperdicio de gasolina y soldados, guerreros o bandidos en cada enfrentamiento, habida cuenta de lo difícil que resulta reproducirse, dadas las secuelas —aquí sí empleamos bien el término— de la radiación? ¿Quién suministra las materias primas necesarias para fabricar las balas, la pólvora, el plomo…? ¿Cómo puede bastar un trailer de agua y verduras para toda la muchedumbre con la que se comercia? ¿Por qué no hay electricidad (no se ven paneles solares, aunque en la NegoCiudad o Bartertown de Mad Max III se producía con el metano de los excrementos de cerdo)?
Da igual. Minucias. El universo de Mad Max funciona porque toma en serio la premisa fundamental: el mundo posterior a la guerra nuclear será dominado por la barbarie, la degeneración humana, la crueldad y el enfrentamiento por los escasos recursos que se arañen de los restos. No es nuevo. Aparecía en infinidad de cómics ya clásicos de la ciencia ficción europea (Moebius, Carlos Giménez, Mezières, Beá… ¡Aquella zona prohibida de Juez Dredd!), y de la norteamericana fuera del mundo Marvel (¡El Mundo Mutante de Corben y Strnad!), sin olvidar la línea maestra de la ciencia ficción argentina, desde El Eternauta de Oesterheld , Solano López y Breccia a El último recreo, de Carlos Trillo y Horacio Altuna, y, por supuesto, los alardes mecánico futuristas del enorme Juan Giménez.



Todo ello tenía sus antecedentes fílmicos también, aquella ciencia ficción borrica de los setenta, con Rollerball o La carrera de la muerte del año 2000 (Paul Bartel, 1975, producida por Roger Corman), y pelis de coches como Convoy y The Cars That Ate Paris (Peter Weir, 1974). Y, por supuesto, la extraordinaria en muchos sentidos La vida futura (Things to come!, 1936) de William Cameron Menzies, verdadera antecesora del mundo arrasado posterior a una guerra mundial (en la película, la Segunda Guerra Mundial, que anticipa y prolonga durante décadas).



Acaso el principal error de Furiosa radique en sistematizar y explicar el mundo ya presentado, rompiendo una regla no escrita de la saga: no se repiten escenarios ni personajes, salvo Mad Max. Sin embargo, recordemos un detalle muy importante: esta no es una película de Mad Max.
La saga de sangre y gasolina ha forjado una estética sólida desde el comienzo y que se ha ido alimentando y reforzando título a título, hasta culminar en Fury Road y en Furiosa. Una referencia, un jalón plagado de hallazgos pasmosos e imágenes inolvidables: desde el V-8, la recortada o la chupa de cuero de Max a los coches de asalto con acróbatas cimbreantes de los Media Vida, o la sombra de ojos de Furiosa/Charlize/Anya, o el rockero ciego que toca la guitarra en su vehículo erizado de altavoces para enardecer a los guerreros de Immortan Joe. Queremos que nos aterren más imágenes como esas.
Por todo lo anterior, confío en que la andadura por streaming de Furiosa pueda justificar nuevas entregas de la serie. Cuando faltaran todos los méritos de la cinta que he encontrado y defendido, aún quedaría uno evidente, rotundo, poderoso, ineludible: la poderosa estética del mundo de Mad Max.
[Por no hablar de ese cierto poder conjurador que la ciencia ficción apocalíptica tuvo en los ochenta. No hay quien me quite de la cabeza que la ciencia ficción ayudó a desbaratar los momentos más tensos de aquel sentimiento pre bélico. No nos queremos acordar, y bien que deberíamos.]
¡Sed testigos!
Créditos de las imágenes Fan Art en los nombres de cada una. Provienen todas de deviantart.com o de artstation.com















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