(De los pícaros y los hombres peces en la génesis de la novela fantástica)
el Quijote y el Lazarillo ¿novelas fantásticas?
El Lazarillo de Tormes y las dos partes de Don Quijote de La Mancha son los clásicos más conocidos entre los españoles. Su influencia es tan decisiva que, sin ellos, la novela europea no se habría conformado de la misma manera. Al mismo tiempo, la literatura española las ha interpretado de una manera muy parcial o sesgada (desde Menéndez Pidal, al menos): parecen mostrar una dirección realista como norte modélico de la narrativa cuando, en realidad, estas novelas o sus continuaciones cuentan con aspectos fantásticos que han sido apartados de la literatura canónica española hasta fechas muy recientes.
El caso del Quijote es palmario. Si la Primera Parte, de 1605, conforma con claridad una parodia metaliteraria del género caballeresco, en la Segunda Parte, de 1615, la confrontación entre realidad y fantasía no queda siempre tan clara. De hecho, la novela comienza cuando el bachiller Sansón Carrasco lleva al propio don Quijote la Primera Parte, ya publicada, de sus aventuras. Y a lo largo de la novela, la fusión entre fantasía y realidad se da constantemente no tanto en las ilusiones del hidalgo loco como en el mismo texto de la novela, en la que la peripecia se mezcla con la realidad extraliteraria y la suerte editorial del libro, su imitador Avellaneda y hasta los efectos en sus lectores entusiastas, como los Duques, un temprano fandom problemático que recrea un mundo de caballerías para reírse de su personaje favorito, que es don Quijote.

Bueno, me dirán, ¿y el Lazarillo? El pobre Lázaro de Tormes de 1554 brega en su existencia con el hambre canina, la miseria, la servidumbre sin paga como horizonte laboral, el hurto y el abuso como práctica social y la deshonra matrimonial como mejor acomodo. ¿Dónde asoma por aquí la fantasía?

El componente fantástico se halla en la Segunda Parte del Lazarillo de Tormes, de 1555, publicada en Amberes y de autor también anónimo. En esa mucho menos conocida Segunda Parte, Lázaro de Tormes se embarca para hacer fortuna como soldado en Argel, y deja a su esposa al cuidado solícito del arcipreste de San Salvador. El barco en el que viaja zozobra y, mientras sobreviene el naufragio, el siempre práctico Lázaro corre a la bodega y se harta de vino y comida para morir satisfecho, al menos. Cuando el barco se hunde y sus camaradas y la marinería perecen, Lázaro se sorprende al no morir ahogado como esperaba, y la causa de su supervivencia no puede ser más peregrina: le ha entrado tanta comida y vino en el cuerpo que no queda sitio para que le entre el agua del mar. Y así se explica en la novela que el protagonista no se ahogue. (No prueben a hacerlo este verano).

Armado con una espada, camina por el fondo del mar. Allí ve barcos naufragados, tesoros y maravillas, y ha de defenderse de grandes peces que amenazan con comérselo. Algo más tarde, cuando empiezan a pasarse los efectos de la comilona y nota que el agua empieza a pujarle (es curioso que se explique poéticamente el ahogamiento por la invasión del agua y no por la falta de aire), se mete en una cueva ¡de donde, por milagro, saldrá convertido en atún! Más adelante vivirá aventuras estrafalarias en el reino de los atunes, los instruye en el arte de la guerra, ascenderá a la nobleza convirtiéndose en una parodia de consejero regio e incluso proyecta su boda con una atuna de familia muy principal.

(Imagen libre de copyright, según el sitio: enlace aquí)
Esta historia es muy similar al tópico moderno del europeo injertado en sociedad primitiva o exótica, ya sea el de Bailando Con Lobos, Un hombre llamado Caballo o las Avatar de James Cameron. Con modelo real, a su vez, en las historias verdaderas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca o la menos conocida de Gonzalo Guerrero, el famoso rebelde español que tomó partido por los yucatecas, ambas muy cercanas en el tiempo (h. 1540) a las aventuras del segundo Lázaro. Tampoco hay que olvidar al Peje Nicolao, el hombre pez, de absoluta vigencia en la época y que aparece mencionado en el Quijote (II, 18). También recogían su leyenda libros muy conocidos en la época, como la Silva de varia lección, de Pero Mexía, y otros. Todo el mundo sabe que es tradición en Liérganes (Asturias) mucho antes que en Innsmouth.


LA ESTIRPE del HOMBRE PEZ
Esta especie de Lazarillo al estilo de Bob Esponja no tuvo mucha continuidad en España. Una Segunda Parte del Lazarillo de Tormes de Juan de Luna, en 1620, trató de hacer lo que hoy sería un reboot , un reinicio o corrección de la serie. Respeta la continuidad del naufragio y plantea la misma situación, solo que, en vez de discurrir la historia por el género utópico atunesco, el náufrago Lázaro es inmediatamente rescatado por unos desaprensivos que luego lo exhiben por los pueblos en un barreño, como una especie de hombre pez. Es curioso que esta variante casi lovecraftiana de Lázaro de Tormes deje de ser realista tratando de amoldarse al realismo, porque hay que salvar la incredulidad que suscita que un hombre rescatado del mar tenga suficiente aspecto de pez como para ser exhibido en calidad de fenómeno o rareza.
El género picaresco en España, como sabemos, no se enfila por estas metamorfosis. Cambia el personaje y Lázaro de Tormes es sustituido por Guzmán de Alfarache, y este a su vez por la pícara Justina, el buscón don Pablos, el Lazarillo de Manzanares, el bachiller Trapazas, Gregorio Guadaña, Estebanillo González y una larguísima sucesión de pícaros, ninguno de los cuales vuelve a transformarse en atún, hasta donde yo sé.
Un momento. En atún no, pero sí en tritón. El aventurero Simplicissimus, de Grimmelshausen (Der abenteuerliche Simplicissimus Teutsch, 1668), toma la tradición española temprana como referencia, y al pobre protagonista Simplicius lo hace peregrinar por numerosos oficios y estados, desde ermitaño a soldado, pasando por criado y bufón. En uno de los episodios, Simplicius se baña en el lago de Mummel, donde experimenta una transmutación similar a la del segundo Lázaro antuerpiense. Convertido en tritón, visita el reino de los tritones y allí vive diversas aventuras que recuerdan en todo a las del Lázaro atunizado.

ASTRONAUTAS RENACENTISTAS
Semejante aventura, tan disonante en el discurso realista de las aventuras del pícaro, está lejos de ser la única. Antes que ella, el alemán Johannes Kepler había escrito en pulcro latín uno de los libros más fascinantes (y desconocidos) del siglo XVII, el Somnium (Sueño). En él, el protagonista viaja a la Luna (¡describiendo los efectos de la gravedad antes de Newton!) de extravagante manera, y allí traba conocimiento de las civilizaciones que habitan el satélite. Y, una vez allí, su personaje narrador ve la Tierra desde la Luna de manera similar a la de Neil Armstrong, en 1969. Kepler imagina correctamente las fases de la Tierra vistas desde la Luna, y su novela, si no es la primera de ciencia ficción (si consideramos como tal a la Historia verdadera de Luciano de Samosata, que narra otro viaje a la Luna en el siglo II), sí es la pionera de la ciencia ficción hard, o ciencia ficción con fundamento científico. Kepler despliega en su obrita una imaginación desbordante: los privolvanos y los subvolvanos, seres de largas extremidades y alas que les permiten viajar con rapidez, dada la escasa gravedad lunar (Kepler la tiene en cuenta, insistamos, antes de ser formulada por Newton), habitan las caras opuestas de la Luna, y por toda ella viajan, viven y se alimentan. Como hemos dicho, anda más en la órbita utópica que en la picaresca, aunque mantiene la narración en primera persona y no llega a desarrollar la sociedad. Otros célebres pioneros del viaje espacial serán Cyrano de Bergerac con sus Viajes a los reinos del Sol y de la Luna y el inglés Francis Godwin con El hombre en la Luna, donde imagina a un español, Domingo González, como el primer astronauta en una astronave impulsada por gansos. Claro que estos viajes por el espacio ya los anticipaba la aventura de Clavileño en la fastuosa Segunda Parte del Quijote, libro todavía hoy mal conocido o estudiado, con esa miopía centrada en sus aspectos burlescos y realistas.

VIAJEROS Y UTOPISTAS
Casi un siglo más tarde, Jonathan Swift escribe Los viajes de Gulliver, libro de decisiva influencia en el género fantástico y que a su vez recibe influencias de Mandeville y Marco Polo y, por supuesto, del género utópico tan ampliamente desarrollado en el XVI y el XVII. Posiblemente no conociera el Somnium, pero sí el Simplicissimus, amén de la Utopía de Tomás Moro, La Ciudad del Sol, de Tomasso Campanella y, por supuesto, la Nueva Atlántida de Francis Bacon.
Afín a ese género utópico, pero con sucesión de peripecias propias de la picaresca y con mucho humor bastante bestia, Voltaire escribe su Cándido, cuya inspiración en el Simplicissimus y la influencia española están muy claras. Cándido y el profesor Pangloss viven numerosas aventuras y viajan a una fabulosa civilización sudamericana, el mítico El Dorado, donde el oro y las piedras preciosas abundan tanto que carecen de valor.
De todas estas aventuras hay medio paso a las que se narran en el Barsoom de John Carter, de Edgar Rice Burroughs; a las de Star Trek (cuando molaba) de Gene Roddenberry; las novelas de Dune, de Frank Herbert, o a las peregrinaciones estelares de Stanislaw Lem. Por supuesto, hay millares más. Para muestra basta un botón.
Para ir concretando ya, la diferencia sustancial entre la aventura de Lázaro con los atunes y el Hitlodeo de Tomás Moro en Utopía consiste en las acciones de los protagonistas. El género utópico es descriptivo, con un personaje relator que se abstiene de intervenir en las sociedades que visita (Utopía, La Ciudad del Sol, Nova Atlántida, Somnium…) , mientras que el de la segunda parte de Lázaro añade la aventura y la peripecia en la sociedad fantástica que describe (y es el modelo que siguen primero Grimmelshausen y luego Swift y Voltaire, y más tarde la ciencia ficción moderna).
Al Lazarillo de 1555 habría que inscribirlo en el género utópico narrativo antes que en el picaresco; sin embargo en el XVI también resulta natural la experimentación y la mezcla de géneros narrativos. Por ello mismo no es extraño para el paladar literario de la época que Don Quijote de La Mancha no solo juegue con los libros de caballerías, sino también con las tramas de la novela cortesana o la pastoril, con esas historias de enamorados errantes con las que don Quijote se topa en la Primera Parte y alguna vez en la Segunda, como la de la morisca Ana Félix, Cardenio y Luscinda, Fernando y Dorotea… En la Segunda Parte, Miguel de Cervantes se acerca también a la utopía, con el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria, ese audaz episodio que pone en duda que el gobierno haya de ser prerrogativa de los privilegiados. No otra cosa persigue el Lázaro atún, inmerso en una sociedad piscícola alternativa que es caricatura de la humana de su tiempo: los generales se lucran de las guerras donde nunca combaten; los reyes abusan de su poder para satisfacer sus apetitos, los dirigentes eligen consejeros entre los ricos y no entre los sabios… El anónimo autor guarda muy bien su identidad porque sabe que reírse de ciertas cosas conlleva jugarse el pellejo.
conclusión. el camino perdido.
Finalmente, no debemos olvidar una cuestión fundamental: tanto el género utópico-narrativo como el picaresco persiguen en última instancia el mismo fin, que no es otro que la disección de la sociedad, sus vicios, su composición y sus mecanismos. Bien estimuladas por los ejemplos antedichos, Inglaterra y Francia, sobre todo, verán este tipo de literatura como herramienta moral y lúdica a la vez con el advenimiento de la Ilustración. Su evolución posterior alumbraría el nacimiento de la novela fantástica y de ciencia ficción en Europa.
Y así las cosas, no debemos olvidar esta paternidad aunque sea negligente. Fue en la influyente España y su cultura renacentista donde se generaron, aunque no fraguasen, estos caminos de la fantasía y la ciencia ficción.
Por desgracia, la literatura en español desdeñó las maravillas de las que podría ufanarse y se volcó en el realismo lacerante hasta fechas muy recientes, prácticamente hasta el realismo mágico y Borges, con honrosas excepciones. La vieja sobrevaloración pidaliana del realismo olvida que los velos o lejanías que imponen los países remotos, las sociedades imaginarias o las aventuras imposibles no son sino metáforas para hablar sin rodeos de lo que verdaderamente importa: nosotros, y el mundo que nos rodea.
Bibliografía interesante:
Reformulando el «Lazarillo». Relato de transformaciones y literatura sapiencial en la «Segunda parte» (1555). Valentín Núñez Rivera
CVC. «Don Quijote de la Mancha». Miguel de Cervantes.
Silua de varia lección. Pero Mexía. Internet Archive.


















































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